Esta pequeña crónica relata tan sólo una semana de la vida random de una lesbiana en la Ciudad de Buenos Aires. En el resto del país, lo más probable es que todo esté más virulento aún.
La marcha del 1 de febrero del 2025 marcó un hito, pero los discursos de odio fogoneados por Javier Milei, también.
Sábado 26 de enero. 16:30 horas. Asamblea LGBTQ antifascista de Parque Lezama.
Una oradora dice por micrófono que hay que empezar a prepararnos para los tiempos que se vienen, tomando, por ejemplo, clases de defensa personal.
Me parece un montón.
Miércoles 29 de enero. 17 horas. Charlone y Roseti.
Mientras caminamos de la mano por la calle, tres varones se nos acercan para preguntarnos, sin ninguna delicadeza, si queremos unirlos “a nuestra fiestita”. Se acercaron demasiado. Nos asustamos. Les grito pelotudos. Ni me escuchan.
Desde que pude salir de mi propio clóset, que fue el más difícil de atravesar, nunca sentí vergüenza de chapar con una chica por la calle. De hecho, y si bien me costó sacudirme esa sensación de show porno lésbico en la vía pública, cada año mejora mi performance y hoy puedo encarar gritándoles algún improperio.
De su parte, el abordaje es siempre violento, sexual y con la brutalidad de quien no entiende o no le importa su propia irrelevancia. Encaran desde la inseguridad más cliché de todas: si no hay un varón, no hay nada. Y eso, para ellos, es insoportable.
Jueves 30 de enero. Callao y Corrientes.
Nos damos un beso. Pasa un chico y grita: “Que vivan las mujeres, maravilla de esta creación”. Lo dice y se toca la entrepierna. Vuelvo a decir pelotudo. Tampoco le importa.
Retomo el “nunca más sentí vergüenza de chapar con una chica por la calle” y lo ubico en el hoy. Ahora mismo, en menos de una semana, la vía pública nos demuestra que la calle no es un buen lugar, otra vez, para andar de la mano con la chica que me gusta.
Viernes 31 de enero. 12 de la noche. Línea 39. Constitución.
A Luisa le tocan bien fuerte el vidrio con una moneda. Nos sobresaltamos. En la ventanilla, del lado de afuera, dos hombres nos miran, se agarran el bulto y se ríen.
Me recorre un nudo y quiero gritar. No digo nada, es tarde y está picado.
Viernes 31 de enero. 16 horas. Avenida Independencia y Defensa.
Tres varones. Misma secuencia. Me doy vuelta para putear y pienso: “Qué terror me da esto”.
Esa noche, asustada y harta, le agrego una Victorinox a mi llavero.
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Y agrego una cosa más: yo descubrí que era bisexual a los 14 años y por suerte en la secundaria a la que fui (terminé hace pocos años) era algo totalmente aceptado, por mis amigas (que algunas eran bisexuales o lesbianas), por mis compañeros heteros y por las profesoras. Creo que dentro de tanto odio es bueno reconocer que hay personas dispuestas a generar ambientes en los que se pueda vivir en libertad
Nunca fuimos libres, cada vez veo más lejos esa libertad. Te abrazo Pauliiita, lo único lindo que rescato es la masividad de ayer en la calles, pero no sé si es suficiente. Siento que nos queda resisitir y sobrevivir juntas en red 💜